· Selene Standford ·

◊ Personalidad ◊

"No hay mayor desprecio que no hacer aprecio"

Es activa, inquieta y amable. Siempre tiene una sonrisa, pero cuidado, no la hagas enfadar o la temerás de verdad. Estricta con quienes se pasan de la raya. Nunca sabes lo que está pensando, a pesar de dar una imagen de persona abierta y sincera. Es inteligente, se guarda ases bajo la manga siempre que puede y, al igual que su hermana, camina sobre seguro si de temas importantes se trata. Es apasionada y feliz, ansía la libertad por encima de todo y eso se contradice por el ámbito en donde vive.. un castillo con muros y seguridad. Le encanta que le hagan reír pero no la tengas por enemiga o desearás no haber nacido. Es leal pero a veces se desfalca y falla. Algo ingenua en algunos temas, inocente, pero en cuanto a la seguridad de sus alumnos se refiere, no hay nadie mejor que ella para llevarla a cabo.
Puedes confiar tranquilamente tanto en ella como en su palabra, puesto que no abrirá la boca ni aunque la torturen, y es una persona de fiar.
Es benevolente, amable y divertida. Pero puede llegar a ser tan o más reservada y fría que Eve. Su encanto se derrocha por todas partes y a todas horas.

Cuenta la leyenda que su bisabuela era Veela, pero nunca ha estado segura de ello, por lo que mejor callar a meter la pata. Sus abuelos fueron mortífagos, y su padre lo heredó. Se casó con una mujer bellísima y de un talante completamente opuesto al de él, era alegre, motivaba con facilidad y su sonrisa era contagiosa, algo que Selene ha heredado. Un día, mientras las crías jugaban en el jardín de la mansión, una criada salió corriendo del interior de la vivienda, gritando que se salvaran lo antes posible. Eve tomó a su hermana y la escondió lo mejor que pudo, cogiendo la varita de su abuelo con la que habían estado jugando Selene y ella y creó un escudo protector mediocre, ya que la varita no era suya, que le sirvió para ocultarse de los asaltantes. Su madre se puso en pie, dispuesta a proteger a sus hijas e incluso a su propia vida si le era posible, pero eran tres, y muy poderosos. Un rayo verde la alcanzó de pleno y cayó desplomada al suelo. Su padre, que había salido al encuentro de sus "compañeros", al ver desde el interior lo que le habían hecho a su mujer, a su amada esposa, continuó el trayecto que llevaba andado corriendo, para liarse a rayos y fogonazos con los que ahora eran enemigos atacantes para él. No lo entendía, ¿por qué atacaban a su hermosa mujer? Alcanzó a uno de ellos, pero entre los otros dos lo mataron con facilidad.

No quedó nadie vivo en la casa, tan sólo las dos muñequitas que habían conseguido librarse de semejante asunto. Nunca supieron el por qué de que su padre no estuviera enterado, ni por qué tres y no uno, ni por qué dejaron que las dos jóvenes promesas siguieran con vida en vez de buscarlas si sabían de su existencia.

Tras el ataque al colegio, a Selene le quedó bastante claro cuál fue la causa. Por mucho que los mortífagos se las dieran de fríos y de sin sentimientos, aquello no era verdad. Ella se parecía horrores a su madre, tanto en físico como en personalidad, y se vio reflejada en ella. Resultaba ser que uno de ellos se enamoró de su bella madre, y esta se negó, haciendo que el otro enfureciera de celos y quisiera ir a por su marido. Entraron en la casa buscándole, él y sus secuaces más leales, y más tontos, pero dieron con ella. Le pidieron, por las "buenas" que se fuera con él, y tras torturarla, lograron el "NO" por respuesta. En vez de darse la vuelta y marcharse, vieron aparecer en escena al marido, a quien no le tenían demasiada simpatía por el cargo que ostentaba en la orden de los mortífagos y por la mujer que tenía sin merecerla, ya que llevaba sus planes a espaldas de la chica. Se pusieron nerviosos y uno de ellos lanzó la maldición imperdonable sobre la pobre madre, haciendo que cayera sin vida sobre el césped. Y lo mismo tuvieron que hacer con el padre cuando éste abatió a hechizos a uno, poniendo en peligro al resto.

Una mirada similar cruzó por el rostro de uno de los mortífagos mientras ella luchaba mano a mano contra él. Y las palabras de "eres igual que tu madre... y ya sabes lo que le pasó por no obedecer" fueron las que dieron la voz de alarma y las que hicieron que la chica buscara y buscara hasta que encontró la información necesaria.

Lucía un día con niebla cuando la chica se levantó y miró por la ventana. Mejor ponerse a trabajar que andarse con rodeos y remoloneando. Bajó las escaleras, se vistió, se aseó y antes de poder bajar a desayunar tenía delante de sí una carta. La abrió y refunfuñó, otro día en el que el desayuno se le atrasaba. Ya estaban William, Kevin y Jack metidos en otro lío, pero cómo no, William no aparece por ninguna parte en el castigo y Kevin ni siquiera ha sido llamado a su despacho. Se arregló el pelo para que no diera la impresión de que se acababa de levantar, y abrió la puerta del pasadizo que conectaba con su despacho. Era realmente útil.

-Buenos días... ¿qué tenemos hoy, señorito Libermann? -era tan usual que el chico estuviera en su despacho que se tomaba la libertad de tener un tono entre sarcástico y jovial. Tenía la costumbre de tratar a la gente de usted, para imponer y para dar a entender que ella debía ser respetada así como la chica respetaba al resto, una relación recíproca.
Mientras esperaba que el chico respondiera, se paró a pensar si hoy hablaría con John o no tendría esa suerte... ¿qué día le esperaría?